HAY UNA MUJER que tiene algo de Dios, por la inmensidad de su amor y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados.
UNA MUJER, que siendo joven, tiene la reflexión de una anciana; y en la vejez trabaja con el vigor de la juventud.
UNA MUJER, que si es ignorante, descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio; y, si es instruida, se acomoda a la simplicidad de los niños.
UNA MUJER, que siendo pobre, se satisface con la felicidad de los que ama; y siendo rica daría con gusto su tesoro por no sufrir en su corazón las heridas de la ingratitud.
UNA MUJER, que siendo vigorosa se estremece con el vagido de un niño; y siendo débil, se reviste a veces con la bravura del león.
UNA MUJER, que mientras vive no la sabemos estimar, porque a su lado todos los dolores se olvidan; pero después de muerta daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por mirarla de nuevo un solo instante, por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un solo acento de sus labios.
De esa mujer no me exijas el nombre si no queres que empape con lágrimas este álbum. Porque yo la vi pasar en mi camino.
Cuando crezcan nuestros hijos leanles estas páginas. Y ellos, cubriendo de besos nuestras frentes, nos dirán que un humilde viajero, en pago del suntuoso hospedaje recibido, ha dejado aquí para vos y para ellos un boceto del retraro de su madre.
jueves, noviembre 27
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